Con un Poco de Mimo
Cada vez que fotografío un evento musical tiene lugar la misma liturgia. Primero se manifiesta mi yo melómano que disfruta del aspecto puramente musical, que no es poco. Luego aparece mi yo fotógrafo, el que disfrutará de una buena puesta en escena, un buen punto de vista o una buena iluminación.
En los días previos me gusta escuchar lo que voy a fotografiar y busco en mi discoteca o en el streaming. La experiencia me dice que cuanto mejor conozco la música mejor fotografío, tanto si se trata de una ópera como de captar las contorsiones de un director de orquesta sobre el atril o la comunión entre instrumento y músico. La música es la mejor pista para conocer los puntos de inflexión, los momentos cumbres. Se podría escribir en la partitura los momentos en que el índice debería pulsar el disparador de la cámara.
Me gusta buscar en internet material visual sobre el músico, la producción, la obra, cómo lo vieron otros. No para hacer lo mismo sino para averiguar en qué se fijaron, tratar de ver qué fue lo que encontraron interesante.
Cuando llego al patio de butacas pregunto a los afortunados que han visto los ensayos previos: si abunda la luz o dónde ocurre la mayor parte de la acción. Cuantas menos sorpresas, mejor.
Llega el momento de la caza. Adrenalina. Siempre uso los primeros minutos para domar la cámara, saber en que ISOs debo moverme, donde medir la luz para tener un equilibrio entre luces y sombras que me dé margen de procesado. Si hay demasiado ropa blanca en los protagonistas empiezo a sudar. El temor a tenerlo todo quemado y sin detalle me preocupa mucho. Esto se repite en cada cambio escénico dentro de una producción.
Los ballets merecen una mención aparte. No hay tiempo para parpadear. En el momento menos pensado surge el paso de baile que quieres tener congelado en la milésima de segundo perfecta. Ni una por delante ni una por detrás.
Llegas a casa. Cuando tienes el presentimiento de que hay trofeos de caza no hay paciencia. Lo normal es haber hecho unos cientos de fotos que se toman su tiempo para pasar de la tarjeta al ordenador. Lo dejo trabajando y me hago un tentempié no sin darme un par de paseos durante éste entre la cocina y el ordenador. Impaciencia.
Me siento ante la pantalla. Miro por encima lo que intuyo fueron buenos disparos. Encuentro uno y rápidamente lo abro en Camera Raw. Machaco bastante sobre el archivo, incluso con varias versiones de procesado, hasta encontrar ese perfil de color que creo le va a sentar bien a todas las fotos y cuando lo encuentro lo guardo como punto de partida para el procesado de las fotos que seleccione posteriormente.
En una primera ronda suelo quedarme con unas 70-80 fotos. Luego acabo refinando la selección, termino procesando unas 50-60. Vuelvo a reseleccionar, puede que elimine 10 más. Al final acabo publicando en este blog una selección de 15-20 fotografías, rara vez supero las 25.
¿Y sabéis lo que os digo? Que son demasiadas. Sí, sí, demasiadas. Creo que no debería pasar de 10 fotos por ópera. Puedo hacer una concesión al ballet, pero para un director de orquesta... no más de 5. Lo demás es saturar. Quitar fuerza a los mejores disparos. Naturalmente esto es solo mi opinión.
Uno se obsesiona con no dejar un solo instante sin contar. No debería ser así. No se trata de una fotonovela (los millennials pinchad en el enlace, please). No se trata de contar la historia sin música. Sólo hay que enseñar las suficientes imágenes para que entren ganas de coger la cartera y comprar una entrada.
Llegar a esa selección de la selección no es fácil. Es más, no sería la primera vez que una vez pulsado el botón "publicar" del blog, tardo 5 minutos en quitar y poner nuevas. Es como si solo fuera capaz de juzgar mis fotos una vez que están expuestas a la mirada de los demás.
Luego pasan los días. Antes de darles a las fotos su ubicación definitiva en el Area 51 miro de nuevo todo lo disparado, ya sin prisas por ponerlas en este blog antes de que dejen de ser actualidad. Siempre acabo encontrando fotos que no sé por qué no seleccioné. A veces incluso acabo encontrando formas diferentes de procesar la foto, otra temperatura de color, otro contraste, otra saturación... pero ya no tiene sentido excepto para mí.
A veces las publico en Instagram. Ese sitio que maltrata tanto las fotos. ¿Por qué limitarse al tamaño de la pantalla de un móvil? ¿Por qué estar limitado al ancho de la pantalla en posición vertical? ¿Por qué las fotos verticales de formato 3:2 tienen que ser cortadas o reducidas y metidas en lienzos cuadrados?... ¡por qué tanto dolor!!! que diría un personaje de Las Noches de Ortega.
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