De Cirios e Incienso
Se aproximan las fechas de Semana Santa y ya me estoy preguntando si este año volveré a caer en las garras de su atractivo visual. Y es que aún después de diez años, cuando ya pienso que el tema está agotado, vuelvo a caer en él una y otra vez.
Recuerdo mi primer año fotografiando Semana Santa cuando daba mis primeros pasos en esta afición. Una Canon EOS 1000 y un máximo de cinco carretes de diapositivas para una semana eran todo un lujo que iba dosificando al máximo para que no se convirtiese en un gasto que coartase mis ganas de repetir la experiencia.
Por aquel entonces acababa de descubrir la película diapositiva. Creo que casi todos, como aficionados de la era analógica, hemos pasado por esta época. La época en la que descubrimos que hacemos mejores fotos de lo que la mayoría de los laboratorios nos quieren hacer creer con sus copias en papel pobremente reveladas. Las diapositivas con sus colores vívidos eran la prueba irrefutable de que tú sabías manejar la cámara. (Un día de estos tengo que dedicar un post a la búsqueda del laboratorio perfecto, algo por lo que todos los aficionados también hemos pasado).
Mis primeras fotos con esas primeras diapositivas trataban de imitar lo que uno siempre veía: los pósters y libros sobre Semana Santa. El resultado de todo esto es que rápidamente me cansé, ya que lo que obtenía era lo que yo consideraba un montón de estampitas: interesantes desde el punto de vista del estudioso y devoto de la Semana Santa pero no desde el punto de vista fotográfico que era el que a mí me interesaba. Así que este evento dejó de tener atractivo para mí aunque no dejaba de hacer uno o dos carretes al año cuando me dejaba caer para verlo.
Un par de años más tarde animado por el interés en la fotografía en Blanco y Negro compré una ampliadora que por fin diera rienda suelta al deseo de obtener imágenes en la línea de mis fotógrafos favoritos y que hasta el momento me resistía a hacer a causa de los elevados precios que había que pagar por revelar ByN en laboratorios que ni siquiera estaban especializados en ello.
Lo primero que descubrí la primera vez que fui a hacer fotos a la Semana Santa con esta nueva película era que al “pensar” en ByN los objetos de interés cambiaron radicalmente. De repente las figuras objeto de culto dejaron de ser el centro de atención. Ahora eran las personas las que atraían mi curiosidad. Y no sólo los nazarenos, penitentes y músicos, sino el público y todo lo que acontecía alrededor de semejante culto.
El primer año sólo hice tres carretes. Y de esas 108 fotos hubo una que me complació y mucho. No es que fuera una gran foto pero a mí me gustaba mucho más que lo que había hecho hasta el momento. Se trataba de un grupo de nazarenos y monaguillos esperando a salir en procesión. Estaban en la ventana de una iglesia bajo la mirada de un adulto con aspecto de cura antiguo, no lo era pero lo parecía. Era una foto que me gustaba mirar porque la cara de cada niño era en sí una foto independiente con sus gestos y miradas.
Eso me animó a volver con un renovado interés a hacer fotos de Semana Santa. Cuando me quise dar cuenta ya tenía un número de fotografías suficientes para colocar una galería web en exclusiva de este tema y poco a poco la cosa fue tomando cuerpo como para tomárselo mucho más en serio de lo que en un principio era.
Recuerdo mi primer año fotografiando Semana Santa cuando daba mis primeros pasos en esta afición. Una Canon EOS 1000 y un máximo de cinco carretes de diapositivas para una semana eran todo un lujo que iba dosificando al máximo para que no se convirtiese en un gasto que coartase mis ganas de repetir la experiencia.
Por aquel entonces acababa de descubrir la película diapositiva. Creo que casi todos, como aficionados de la era analógica, hemos pasado por esta época. La época en la que descubrimos que hacemos mejores fotos de lo que la mayoría de los laboratorios nos quieren hacer creer con sus copias en papel pobremente reveladas. Las diapositivas con sus colores vívidos eran la prueba irrefutable de que tú sabías manejar la cámara. (Un día de estos tengo que dedicar un post a la búsqueda del laboratorio perfecto, algo por lo que todos los aficionados también hemos pasado).
Mis primeras fotos con esas primeras diapositivas trataban de imitar lo que uno siempre veía: los pósters y libros sobre Semana Santa. El resultado de todo esto es que rápidamente me cansé, ya que lo que obtenía era lo que yo consideraba un montón de estampitas: interesantes desde el punto de vista del estudioso y devoto de la Semana Santa pero no desde el punto de vista fotográfico que era el que a mí me interesaba. Así que este evento dejó de tener atractivo para mí aunque no dejaba de hacer uno o dos carretes al año cuando me dejaba caer para verlo.
Un par de años más tarde animado por el interés en la fotografía en Blanco y Negro compré una ampliadora que por fin diera rienda suelta al deseo de obtener imágenes en la línea de mis fotógrafos favoritos y que hasta el momento me resistía a hacer a causa de los elevados precios que había que pagar por revelar ByN en laboratorios que ni siquiera estaban especializados en ello.
Lo primero que descubrí la primera vez que fui a hacer fotos a la Semana Santa con esta nueva película era que al “pensar” en ByN los objetos de interés cambiaron radicalmente. De repente las figuras objeto de culto dejaron de ser el centro de atención. Ahora eran las personas las que atraían mi curiosidad. Y no sólo los nazarenos, penitentes y músicos, sino el público y todo lo que acontecía alrededor de semejante culto.
El primer año sólo hice tres carretes. Y de esas 108 fotos hubo una que me complació y mucho. No es que fuera una gran foto pero a mí me gustaba mucho más que lo que había hecho hasta el momento. Se trataba de un grupo de nazarenos y monaguillos esperando a salir en procesión. Estaban en la ventana de una iglesia bajo la mirada de un adulto con aspecto de cura antiguo, no lo era pero lo parecía. Era una foto que me gustaba mirar porque la cara de cada niño era en sí una foto independiente con sus gestos y miradas.
Eso me animó a volver con un renovado interés a hacer fotos de Semana Santa. Cuando me quise dar cuenta ya tenía un número de fotografías suficientes para colocar una galería web en exclusiva de este tema y poco a poco la cosa fue tomando cuerpo como para tomárselo mucho más en serio de lo que en un principio era.
No recuerdo si fue en el 97 o en el 98 pero lo cierto es que durante una de esas Semanas Santas estaba tomando fotografías en la Plaza de la Virgen de los Reyes. En medio de la masa de gente pude ver una cara conocida. Se trataba de Alberto Schommer. Me quedé unos minutos observándole en la distancia. Quería ver cómo trabajaba un maestro consagrado de la fotografía. Le hice un par de fotografías, más para el recuerdo que otra cosa, y continué mi camino*.
Uno que siempre ha soñado con vivir de esto pero haciendo el tipo de fotos que me gusta y no las que te dan dinero fácil iba pensando en el fotógrafo que acababa de ver. Mi reflexión en ese instante fue como una inyección de adrenalina: en ese instante la igualdad de condiciones con Schommer para hacer un buen trabajo era exactamente la misma. Una buena cámara, carretes en el bolsillo y todo ese despliegue de espectacularidad que es la Semana Santa de Sevilla a tu alrededor. Y mientras esto pensaba me topé con un grupo de nazarenos de blanco agolpados con uno pequeño en medio de todos ellos. La imagen era perfecta, mejor que si la hubiera montado. Me llevé la cámara a la cara con rapidez y disparé una ráfaga de cuatro o cinco fotografías. Fue uno de esos momentos en el que uno sabe al instante que acaba de obtener una fotografía interesante. Uno de esos momentos en el que uno desearía que la cámara fuera una Polaroid para poder comprobar al instante que realmente tienes la foto. (Parece mentira pero en ese momento la instantaneidad de lo digital aún se veía lejos).
No me tomo lo de la fotografía como una competición. Sólo hago las fotos que a mí me satisfacen y envidio de sanamente las que hacen los demás y me gustaría poder decir que son mías. Pero en ese instante lo primero que me pasó por la cabeza fue “ésta no la tiene Alberto”. Era mi pequeña recompensa-consuelo porque sabía que las de Schommer verían muy pronto la luz en forma de libro y las mías no. El que no se consuela es porque no quiere.
Pero la recompensa que no esperaba fue que alguien en La Sociedad Fotográfica de Guipúzcoa se fijó en mis fotos a través de mi web. Se puso en contacto conmigo y me invitó a exponer en su magnífico edificio un par de semanas antes de la Semana Santa del año 2000. Sólo tenía que preocuparme de las copias. En esto tuve la excepcional ayuda de Fran Fernández, alguien que además de un buen amigo es un excelente fotógrafo que por si fuera poco tiene muy buena mano en el laboratorio y que fue el responsable del positivado de unas copias excelentes.
Exponer en San Sebastián fue algo muy gratificante. Las atenciones dispensadas por la Sociedad fueron increíbles. No sólo mostraron interés en mi trabajo sino que durante dos días me enseñaron su ciudad, me hicieron disfrutar de su gastronomía y sobre todo de su grata compañía y charla. El recuerdo de la experiencia no puede ser mejor. Todo esto me animó a volver a exponer pero ahora en Sevilla en la sala de que disponía la tienda de fotograía Martín Iglesias donde también tuvo muy buena acogida.
Pero por encima de todo hay algo que le debo a la Semana Santa y es lo que me ha facilitado vencer el miedo a fotografiar personas desconocidas en la calle. Algo que en mayor o menor medida nos intimida a todos aún tratándose de un acto público como es este caso. Sin duda se convirtió en un campo de entrenamiento excepcional.
Hasta la fecha hay un conjunto de aproximadamente unas ciento veinticinco fotografías seleccionadas a lo largo de casi diez años de las que algo menos de cien están en la web. Hace tres años di por zanjado el tema porque prácticamente había fotografiado casi todo lo que suscitaba mi interés. Pero lo cierto es que desde entonces siempre me acerco algún día a la Semana Santa como mero espectador y casi siempre acabo haciendo alguna foto que no esperaba.
Y es que cuando miramos a través de un objetivo no existe ningún tema de poco interés aunque no seamos afines con él.
*Poco tiempo después se publicó “La Luz, Sevilla” el libro que contenía las fotos de Schommer durante su breve estancia en Sevilla.
Espero verte de nuevo con tu cámara al hombro, como todos estos años.
ResponderEliminarEs curioso, pero siempre que te he visto ha coincidido ser el día en que salgo de nazareno, el martes santo.Y siempre te he visto desde el otro lado del antifaz.
Estamos acostumbrados a ver todos los años a esa ejercito de “fotógrafos” que, a modo de cuerpo de elite, toman a la fuerza las calles durante la Semana Santa. Esos mismos foteros que año tras año sacan las mismas fotografias de siempre. Esos que van armados con los trípodes más aparatosos y los objetivos más grandes posibles. A veces no sabemos si van a fotografiar la salida de La Macarena, o quizás vayan cargados con ese armamento porque juegue el Madrid en el campo del Betis.
A ese tipo de foteros le encanta que le vean, suele ser el mismo que a media tarde del Domingo de Ramos asegura tener la fotografía con la que pasará a la historia.
Pero afortunadamente hay otra raza de fotógrafos, de los que tu formas parte. Esos fotógrafos que se mimetizan de tal manera con el entorno que resulta casi imposible verlos trabajar, quizás sea esa la razón de haberte visto sólo los años que salía de nazareno. Esos mismos fotógrafos que, sin alardear de nada, hacen historia con cada fotografía.
Por favor, no dejes de hacernos ese regalo que son tus fotografías.
Un saludo, Víctor.
Tienes que venir a mi pueblo. En Carrión hay dos hermandades que tienen mucho pique entre ellas. Es algo común en muchas zonas de Andalucía, como El Aljarafe. Pero lo de Carrión se lleva a unos extremos delirantes. Tengo que enseñarte algunas de las fotos que he hecho en las procesiones, sobre todo a la entrada de cada una de las vírgenes de las dos hermandades, que es clímax ritual. Lo bueno que tiene el asunto es que todo el mundo está tan pendiente de las imágenes (verdaderamente hipnotizados), que pasan olímpicamente de ti, que los estás sacando a ellos y que, además, la imagen no te interesa más que como catalizador de lo que allí está pasando. Naturalmente, para sacar postales cofrades siempre hay tiempo. Es la gente, su emoción, sus reacciones, lo que da sentido a todo. Cuando entro en las iglesias y veo las imágenes en sus altares y camarines no siento nada especial. Prefiero la pintura a la escultura. Y la imaginería no es la clase de escultura que prefiero, precisamente. Ahora bien, cuando la Macarena hace la "revirá" de la Resolana a la calle Feria no puedo dejar de contagiarme de toda aquella emoción...
ResponderEliminarEn fin, que me voy por los cerros de Úbeda.
Un abrazo, Julio!
(en mi web, en la sección "gente", hay algunas fotos de las procesiones de mi pueblo).
Excelente la recapitulación que haces de tu trabajo fotográfico, tu actitud frente al acto de fotografiar.
ResponderEliminarSolo quiero animarte a que continúes. Con la Semana Santa y con tus otros motivos. Porque tarde o temprano cumplirás tu sueño de ver tus fotos plasmadas en un libro tuyo.
Con un abrazo muy cordial.
Hacía mucho tiempo que una reflexión de este tipo, hecha además por una persona desconocida para mí, no me calaba tan hondo.
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo leerla.
Soy una gran aficionada a la fotografía y como a tí, siempre me ha llamado mucho la atención la Semana Santa. Acostumbro a salir todos los años con mi cámara al cuello, buscando "esa foto" que recordaré durante mucho tiempo... pero siempre vuelvo a casa con las mismas imágenes.
Pero creo que este año va a ser especial, tus palabras me han hecho pensar mucho en la forma de ver el ambiente, los objetos, la gente... este año volveré a salir de nuevo con mi cámara, pero miraré de forma diferente a como lo había hecho hasta ahora.
Gracias a tu reflexión...
Un saludo y enhorabuena
Precioso blog el que tienes, con unas fotos más que bonitas. Te felicito.
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